27 de noviembre de 2010

Historia de Corea - Corea, antes de la revolución

Corea, antes de la Revolución

La restos más antiguos hallados en Corea datan del 3000 a.C., lo que convierte a este país en una de las civilizaciones más antiguas sobre el planeta. Originariamente, Corea estuvo dividida en tres reinos: Koguryo, Paekje y Silla. El primer reino unificado para toda Corea fue el reino de Koryo, un régimen que se mantuvo casi durante 500 años. Este régimen feudal fue -hasta el siglo XX- el momento de máximo apogeo de Corea.

A finales del siglo XIV, hubo un cambio dinástico en el reino de Koryo, en favor de los Ri. Los Ri gobernaron Corea durante 600 años. Si algo marcó este largo periodo fue la invasión japonesa en 1592. Esta guerra de 7 años, conocida en Corea como la Guerra Patriótica Imjin, terminó con una victoria coreana sobre los invasores, pero al precio de agotar totalmente al país.

Desde entonces, Corea se convirtió en un reino estancado y receloso del mundo exterior. Nadie salía ni entraba del país sin permiso del Emperador. Violar esta norma estaba castigado con la pena de muerte. Corea comenzó a ser conocida como el “Reino Hermitaño”.

Entre el siglo XVII y XIX, Corea permaneció aislada, con un único socio internacional: China. A su vez, China se aprovechaba de la debilidad de su vecina para imponerle condiciones de vasallaje.

Sin embargo, a mediados del siglo XIX, China era ya un Imperio en declive, dividida en zonas de influencia por las potencias Occidentales. La debilidad de la protectora convirtió a Corea en una presa fácil para el Imperialismo.

En Agosto de 1866, Estados Unidos envió el buque de guerra General Sherman a través del río Taedong, hasta Pyongyang. La presencia del buque pretendía amenazar a los coreanos y obligarles a abrirse al comercio exterior. Los coreanos, poco acostumbrados al mundo exterior, tuvieron una reacción violenta. Tras una serie de trifulcas, una masa de coreanos enfurecidos incendió el barco y expulsó a los norteamericanos. Otras intervenciones similares de potencias extranjeras fueron igualmente rechazadas.

En 1871, los coreanos levantaron en Pyongyang una “lápida contra la conciliación”, que lanza una seria advertencia: “Aconsejamos a todas las generaciones futuras que ceder ante la invasión de los bárbaros occidentales es conciliar con ellos, y aceptarlo es vender la Patria”. Este orgullo nacional, que oscila entre el antiimperialismo y el chovinismo, es uno de los rasgos más característicos de la Corea pre-revolucionaria.

En diciembre de 1884, hubo un golpe de Estado en Corea. El golpe pretendía una modernización capitalista de las estructuras feudales del país. Sin embargo, el caos interno fue utilizado por Japón para intervenir en Corea, lo que fue contestado por una revuelta campesina que conseguió dominar la mayor parte del país.

Japón terminó retirando sus tropas de Corea, para luego invadir definitivamente la Península a partir de 1905, tras derrotar militarmente a su rival en la zona: Rusia. Comienza entonces un brutal periodo de 40 años de régimen colonial.

Por lo tanto, para comprender la historia de Corea antes de la Revolución, hay que señalar dos momentos históricos importantes: la monarquía de los Ri y la colonización japonesa, durante la primera mitad del siglo XX.


La opresión colonial

Tras la ocupación definitiva de Corea en 1905, Japón transformó el país en una colonia. El Ministro de Guerra japonés -Terauchi- fue nombrado primer Gobernador General de Corea, bajo administración militar. A su llegada a la península dijo “Los coreanos deben optar entre obedecer las leyes japonesas o morir.” Y lo cumplió.

Los japoneses se propusieron la extinción completa de todo rasgo de la cultura y carácter nacional de los coreanos. Se destruyeron templos, se profanaron tumbas de los reyes fundadores de las dinastías coreanas y se hizo una revisión completa de la historiografía. Uno de los proyectos más burdos de los japoneses fue “descubrir” restos arqueológicos nipones en suelo coreano, tratando de legitimar a través de la historia su ocupación militar.

Niponizar Corea fue una tarea difícil, debido al tradicional orgullo nacional coreano y a las grandes diferencias culturales entre ambos países. Por eso, el Imperio Japonés se vio obligado a tomar medidas drásticas, como la prohibición de hablar en público coreano. También se adoptaron varios decretos, que hicieron que las ciudades coreanas fueron renombradas con nombres japoneses y que todos los apellidos coreanos se niponizasen.

Todas estas medidas culturales fueron acompañadas por una bestial explotación económica. Millones de coreanos fueron llevados en condiciones más o menos forzosas a trabajar a Japón en los trabajos más duros, mientras toda la Península Coreana se transformaba en una gigantesca fábrica de armas para la invasión japonesa de China.

Los coreanos no sólo fabricaban las balas con las que sus invasores ejecutaban a los revolucionarios y patriotas, sino que también fueron forzados a servir en el Ejército Japonés. Dentro de las fuerzas armadas, los coreanos siempre ocupaban grados jerárquicamente inferiores a los de los japoneses.

Las mujeres coreanas también fueron forzadas a servir en el Ejército Imperial, pero no como soldados, sino como prostitutas y esclavas sexuales. Se calcula que en 40 años de régimen colonial, cerca de 200'000 mujeres coreanas pasaron por los cuarteles japoneses.

La lista de agravios es casi interminable. Ante todos ellos, el 1 de marzo de 1919 estalló la primera gran revuelta anti-japonesa. Este movimiento de liberación nacional se prolongó hasta finales de año y en él participaron 2 millones de coreanos. Sin embargo, en aquel momento no existía una vanguardia organizada de la lucha y el movimiento cayó en el espontaneísmo.

El Partido Comunista de Corea, fundado pocos años después, no tuvo una implantación real en el país hasta la derrota de Japón en 1945, debido a la situación de clandestinidad y a la lucha interna entre facciones.

En 1930 se funda la Liga Juvenil Comunista y dos años más tarde, la guerrilla comandada por Kim Il Sung: el Ejército Popular Revolucionario de Corea.

Sin embargo, las condiciones de lucha eran muy complicadas. Los coreanos se enfrentaban a ejecuciones sumarias y encarcelamiento por delitos de “terrorismo”. Las cárceles japonesas en Corea y Manchuria (China) no tenían nada que envidiar a los campos nazis. Incluso en una de las prisiones experimentaron con prisioneros armas químicas y bacteriológicas.

La ocupación japonesa de Corea es uno de los episodios más salvajes de imposición y exterminio planificado de una nación. Es también una historia desconocida y olvidada. Pero esto no debe hacernos perder la perspectiva de que los horrores de la opresión japonesa fueron uno de los mayores motores de la Revolución coreana.


Estructura social en la Corea pre-revolucionaria

El Reino de Corea era un estado asiático típicamente feudal. El abortado pronunciamiento de 1884 fue el único intento real de una Revolución Burguesa en la península.

En el momento de la invasión japonesa, la élite dominante era la aristocracia -terrateniente y militar- y la monarquía. Los japoneses mantienen en un primer momento a los monarcas coreanos y respetan sus instituciones de forma simbólica. De esta manera, consiguen un largo proceso de negociación con los monarcas, mientras toman posiciones militares y desarman al ejército real.

Con la aristocracia militar fuera de juego, Japón expulsa a los monarcas coreanos y progresivamente desplaza a los terratenientes nativos de las mejores tierras. Las antiguas élites coreanas renuncian al poder casi sin oponer ninguna lucha.

Bajo el régimen colonial, el modo de producción dominante sigue siendo de tipo feudal. La presencia japonesa refuerza algunos de los aspectos ideológicos más característicos del feudalismo, como es la sumisión y el vasallaje. En todo momento, la población campesina rebasa el 75% sobre el total.

Sin embargo, Japón introduce también en Corea grandes fábricas capitalistas, sobre todo centradas en la producción de armamento y químicos. Esto crea un incipiente proletariado urbano en núcleos industriales como Hamhung (en la costa nororiental de Corea) y Seúl.

Al mismo tiempo, las condiciones de explotación en muchas ocasiones son de pura esclavitud, aunque como complemento a la estructura capitalista, no como estructura dominante de la sociedad.

Por lo tanto, podemos definir Corea como un régimen feudal con elementos capitalistas, introducidos a través de un sistema colonial.


El subdesarrollo

Todos los imperialismos son similares en esencia, pero varían en forma. Especialmente, varían en cuanto a las ideologías con las que tratan de legitimarse. El Imperio Británico “expandía la democracia y la civilización”, mientras que Estados Unidos “protege los derechos humanos”. Pero, a fin de cuentas, todos persiguen un mismo objetivo de dominación y expansión de capitales.

En el caso del Imperialismo Japonés, la justificación era la creación de un espacio de “co-prosperidad en Asia”. En este sentido, uno de los grandes mitos creados en esa época fue que Japón racionalizó la economía coreana y la desarrolló.

Es cierto que la economía coreana partía de un nivel de atraso considerable. Sin embargo, Japón no persiguió en Corea más que sus propios intereses. Las fábricas y obras de infraestructura creadas por los japoneses en Corea no guardaban una proporcionalidad ni servían a la economía coreana, sino a los intereses imperialistas japoneses.

De esta manera, la principal línea de ferrocarril en Corea, se instaló desde el puerto de Pusan, al sur, hasta Sinuiju, en la frontera con China. Los transportes ferroviarios a través de esta línea permitían un rápido desplazamiento de tropas desde Japón a Pusan y de Pusan a China. Sin embargo, esta red de ferrocarril no se comunicaba con la industria del este del país, instalado en la costa oriental precisamente para exportar toda la producción hacia Japón.

El 94% de las importaciones y el 93% de las exportaciones de Corea se realizaban con Japón, creando una estructura productiva totalmente dependiente.

La mayor parte del PIB se producía en la agricultura, con grandes desigualdades de desarrollo entre las diferentes provincias. Las partes más desarrolladas eran Seúl y Pusan, hoy en Corea del Sur, y la parte oriental de Corea del Norte.


La pobreza

Las condiciones de vida bajo el régimen japonés eran de extrema pobreza. Lejos de mejorar, la situación de la gran masa campesina coreana empeoró durante los 40 años de sistema colonial, debido a los reclutamientos, a las confiscaciones de tierras, los impuestos (tras pasar todos los impuestos, el campesino sólo recibía un 30% del valor de su cosecha) y las acciones punitivas contra aldeas enteras, por colaborar con la guerrilla. Los antiguos terratenientes habían sido desplazados en favor de sus homólogos japoneses. Además, el Estado Japonés se reservó una parte de las tierras con fines bélicos.

En las ciudades, los coreanos eran ciudadanos de segunda, con un régimen muy similar al del apartheid sudafricano. Las infraestructuras modernas eran de uso exclusivo para japoneses.

La esperanza de vida para los coreanos era en 1940 de 38'4 años y en 1944, la mortalidad infantil alcanzaba la increíble cifra de 204'0‰ . Las epidemias provocaban cifras altísimas de muertos, debido a las malas condiciones higiénicas y a la falta de infraestructura sanitaria. Pyongyang, una de las principales urbes del país, contaba tan sólo con 480 camas de hospital, repartidas entre 4 pequeños hospitales.

La mayor parte del país no estaba electrificado, las ciudades eran principalmente de madera y con una deficiente red de alcantarillado. Los coreanos eran ajenos a las comunicaciones, el deporte o la cultura. Incluso las necesidades más básicas -alimentación, vivienda y vestimenta- estaban cubiertas de forma muy deficiente.


El problema del analfabetismo

La situación de la Educación bajo el Imperio Japonés era nefasta. Sólo en el territorio del norte de Corea, 2'300'000 personas no sabían leer ni escribir, sobre una población total de 9 millones de personas.

Había dos sistemas de educación paralelos, uno para coreanos y otro para japoneses. Los coreanos no tenían derecho a ingresar en la Universidad. De hecho, en el momento de la independencia del país, sólo 9 coreanos tenían estudios superiores.

Aunque existía un sistema público de educación para coreanos, sólo el 4'6% de los niños en edad escolar estaban matriculados. Para muchas familias campesinas, la escuela más cercana estaba a muchos kilómetros de distancia

La red pública era de pago y muy reducida. Por ejemplo, en Pyongyang existían tan sólo dos escuelas especializadas, tres secundarias y algunas profesionales y primarias. No había universidad ni siquiera para los estudiantes japoneses.

Un ejemplo bastante clarificador es el siguiente: en el instituto de secundaria Nº3 de Pyongyang, de 971 alumnos, ninguno era de familia campesina o de clase obrera. La educación, por lo tanto, era un privilegio de clase.

En la Corea colonial se dio un curioso caso: el cierre de todas las escuelas privadas coreanas. Las escuelas privadas eran pequeños centros dirigidos por uno o varios profesores y que no se sometían al programa lectivo japonés. Si en 1910 existían 2'200 escuelas de este tipo, en 1919 el número se había reducido a 737. Once años después, en toda la península apenas había 47 escuelas privadas.

La Educación japonesa buscaba convertir a los coreanos en “sujetos del Imperio”. Las clases eran en japonés y se estudiaba este idioma como “lengua materna”. La Geografía y la Historia trataban sobre el Imperio Japonés y no sobre Corea. Además, Religión y Moral eran dos asignaturales troncales.

Los japoneses pusieron “asesores” en las escuelas, que a partir de 1941 pasaron a ser exclusivamente militares. Los alumnos debían usar uniformes militares y recibían instrucción para la guerra, siendo reclutados muchos de ellos.

Por último, los métodos de enseñanza de basaban en la repetición memorística y en el castigo físico.


El problema de la tierra

Mientras Corea permaneció unida, el país se dividía entre un sur llano y agrícola y un norte poco poblado y minero. Sin embargo, en ambas partes del país, existía un grave problema de distribución de la tierra. Cerca del 50% de las tierras eran propiedad de unas pocas familias terratenientes, ligadas al poder político japonés. Estas tierras eran trabajadas por jornaleros sin tierra y, sobre todo, bajo el sistema de arriendo.

En el norte, el problema se agravaba por la escasa superficie cultivable: menos del 19% de la tierra es arable, la mayor parte de la superficie son bosques y montañas.

Esto hace que, para ser rentable, la explotación de la tierra se deba dar con la aplicación de tecnología y medios intensivos. Sin embargo, el agro de la Corea pre-revolucionaria carece de electricidad, fertilizantes, maquinaria (incluyendo tractores) y sistemas modernos de irrigación. A los terratenientes no les interesa desarrollar la agricultura, pues viven de rentas, y los campesinos no pueden desarrollarla, porque carecen de recursos.

Juan Nogueira López
Secretario de Comunicaciones de la KFA
Secretario General de CJC

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